El 23 de noviembre, Argel acogió un encuentro organizado por un supuesto movimiento que se reivindica de lo que llama la "descolonización de la República del Rif". Una iniciativa tan absurda como inquietante, que recuerda, en muchos aspectos, los errores geopolíticos del régimen argelino en su búsqueda incesante de desestabilizar a Marruecos. Después de casi medio siglo de apoyo infructuoso al Frente Polisario, con una derrota en todos los frentes, Argel parece embarcarse en una nueva locura, esta vez respaldando un movimiento separatista en el norte del reino, en la región del Rif. ¿Qué tipo de derrota geopolítica refleja esta nueva farsa?
Argelia, que parece incapaz de cerrar el capítulo de un pasado lleno de conflictos ideológicos y alianzas desestabilizadoras, se encuentra una vez más atrapada en la trampa de la ilusión. Mientras ningún movimiento separatista ha tenido eco real en Marruecos, y el pueblo marroquí sigue unido tras la causa nacional de la integridad territorial, Argelia, en medio de su aislamiento diplomático, parece querer prolongar un ciclo de conflictos estériles y políticas ciegas.
Durante décadas, el régimen militar argelino, apoyado por una maquinaria envejecida y plagada de contradicciones internas, ha emprendido una aventura diplomática en la que el dinero del pueblo argelino se ha desvanecido en apoyos ilusorios, desde el Sahara hasta el Rif. La situación del país, marcada por la corrupción, la falta de reformas y de proyectos de futuro, da la impresión de que Argelia está condenada a dilapidar sus recursos sin una visión clara, como si la historia no le hubiera enseñado nada. Este régimen parece más que nunca atrapado en una época pasada, la de la Guerra Fría, cuando los conflictos geopolíticos se libraban en términos de bloques ideológicos y apoyos, un mundo ya superado, que Marruecos ha sabido dejar atrás hace tiempo.
Sin embargo, lo más llamativo de esta nueva iniciativa de Argelia es que ya no parece suscitar ninguna emoción o preocupación en Marruecos. El reino, de hecho, ha alcanzado un umbral de estabilidad y poder que lo hace insensible a los intentos de desestabilización, incluso los más grotescos. Marruecos es un Estado milenario, soberano, estable, y, sobre todo, unificado en torno a sus valores y a su causa nacional. Ninguna "República del Rif" ficticia podrá alterar esta realidad. La unidad del pueblo marroquí tras su Rey y su firme compromiso unido y conjunto de defender la soberanía del país es inquebrantable. Marruecos no necesita responder a esta provocación, porque sabe que es Argelia quien, una vez más, queda atrapada en sus propias contradicciones.
Pero, más allá de esta indiferencia marroquí, es la comunidad internacional la que observa con atención los movimientos de Argelia. Al apoyar a un movimiento separatista que reivindica la fragmentación de un territorio marroquí, Argelia cruza una nueva línea roja. Al ofrecer refugio a este grupo en su territorio, comete un acto de hostilidad que vulnera los principios de soberanía e integridad territorial consagrados en el derecho internacional. Un acto no solo ilegal, sino moralmente inaceptable, que va en contra de los fundamentos de la paz y la cooperación internacionales. Apoyando este tipo de movimientos, Argelia solo se hunde más en el aislamiento. Un aislamiento diplomático que la coloca cada vez más en la categoría de "Estado paria", aquellos que desafían las normas internacionales y violan los principios de no agresión y soberanía.
El apoyo a este supuesto movimiento separatista es, en realidad, un petardo mojado. Solo perjudicará a Argelia. Una vez más, el régimen argelino se encontrará aislado, deslegitimado y aún más despreciado en el escenario mundial. Lejos de debilitar a Marruecos, esta iniciativa subraya la ineficacia y la irracionalidad de un poder que, frente al fracaso de sus proyectos geopolíticos, busca chivos expiatorios e ilusiones para ocultar sus fracasos internos.
En definitiva, este nuevo golpe de Argelia no es más que un intento desesperado por recuperar una ilusión de poder. Pero, como todas las iniciativas anteriores, se desvanecerá por sí sola, dejando tras de sí los ecos de una política exterior errática y condenada al fracaso. No es Marruecos quien se encuentra en un callejón sin salida, sino Argelia, que con esta nueva locura geopolítica, se enfrenta al riesgo de quedar aún más aislada, fuera de las grandes dinámicas internacionales y de la historia.